La guerra no lineal o híbrida.

Dicen que la mejor manera de actuar del demonio sería convencer al mundo de que no existe. Cuando no sabes a qué te enfrentas, cuando tu enemigo es invisible, cuando no reconoces las conexiones entre distintos hechos, cuando la forma de actuar rompe todos tus esquemas tradicionales, cuando no puedes preveer los siguientes movimientos, cuando la población colabora con enemigos internamente pensando que persigue sus propios fines, cuando la información está manipulada, cuando hay sectores de la población cuyo único objetivo es castigar al establishment (por sus deméritos), …. entonces podemos decir que tenemos un problema con quien en la sombra maneja esos hilos. Bienvenidos a la guerra no lineal o híbrida, que convierte cualquier herramienta en arma.
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Se consolida la era de la postverdad.

Podemos poner una foto manipulada, una afirmación o un documento falso en las redes sociales, para que sea difundido millones de veces y para que esta invención se convierta en noticia e incluso sea un hecho, y que ya no se sepa en qué creer. Umberto Eco decía de las redes sociales que eran el único lugar donde tenía la misma relevancia la opinión de un Premio Nobel que la de un alcohólico del bar de la esquina, siendo una fuerza corrosiva antisistema que podría destruir la confianza en la opinión de expertos e instituciones. El diccionario Oxford ha proclamado que “postverdad” (Post-truth) es la palabra internacional del año. El concepto de «post-truth politics» lo popularizó la revista The Economist en el artículo Art of the lie, aunque el concepto es más antiguo.

El triunfo de Donald Trump o el “Sí” al Brexit y otros fenómenos populistas internacionales  han provocado su “gran impacto en la conciencia nacional e internacional”. La postverdad se produce cuando en determinadas circunstancias, los hechos son menos influyentes sobre la opinión pública que las emociones o las creencias personales. «Trump es el máximo exponente de la política ‘post-verdad’, (…) una confianza en afirmaciones que se ‘sienten verdad’ pero no se apoyan en la realidad», escribió la revista The Economist.

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